viernes, enero 18

La Sencillez Voluntaria contra el consumismo

En los países ricos el crecimiento económico es un sedativo político que ahoga cualquier contestación, afirma George Monbiot (1). Quién además advierte: «Cuidado, si usted es una persona sensible mejor deje de leer este artículo pues me preparo a romper el último tabú universal: Espero que la recesión predicha por algunos economistas llegue a realizarse. Reconozco que será doloroso, estoy consciente de que aquello provocará la pérdida de trabajo y hasta de vivienda. No trato de negar estos problemas pero quiero que entiendan que son la consecuencia de una economía concebida para maximizar el crecimiento y no el bienestar social. El sufrimiento también es resultado del crecimiento económico. El cambio climático es más que un malestar pues amenaza la vida de muchísimas personas. Cualquiera sea su esfuerzo por reducir las emisiones de gas a efecto invernadero, ninguna nación ha dejado del lado su crecimiento económico, incluso sabiendo que ningún país ha logrado reducir dichas emisiones y mantener su crecimiento económico al mismo tiempo. Una recesión en los países ricos puede ser la única forma de evitar las catástrofes naturales que suscitará el cambio climático.» Nos venden el crecimiento económico como sustituto a la igualdad de ingresos: Mientras haya crecimiento hay esperanza y aquello hace tolerables las grandes diferencias. Lamentablemente, el discurso político les pertenece a quiénes creen que la acumulación de dinero genera felicidad (1).

Fundado sobre el consumo a ultranza, nuestros sistemas económicos destruyen el medio ambiente y nos separan de las necesidades reales. Hace algunas décadas, tener un teléfono celular, conducir un automóvil, tener televisión por cable, eran lujos. Muchas cosas se han democratizado (2), es decir que ahora son accesibles a grandes mayorías. Ese es nuestro mundo, el del consumo, en dónde todo parece accesible. Nos hemos convertido en grandes derrochadores mientras que necesidades básicas como la salud, la educación, la justicia siguen siendo los bienes de un grupo muy reducido. El consumo nos ha hecho creer que ya no somos pobres, que podemos tener lo que antes habíamos soñado; lo que no nos damos cuenta es de que ésto es un espejismo; nos creemos ricos porque nos procuramos las cosas que nos vende el mercado sin darnos cuenta de que en el fondo seguimos careciendo de lo fundamental y aún peor, que estamos destruyendo el planeta.

Nuestros sistemas políticos reposan sobre el crecimiento económico tal cual es medido por el producto interno bruto que no depende sino del aumento de los gastos de consumo. El crecimiento económico es necesario para pagar los servicios de las deudas y el Estado-providencia. Si la gente dejase de consumir, la economía terminaría por derrumbarse. La publicidad y el marketing tienen por único objetivo velar para que sigamos consumiendo y que nuestros hijos e hijas sigan nuestro ejemplo. Este sistema económico con su costo para el medio ambiente está profundamente enfermo. Es inquietante ver que seguimos consumiendo aún cuando eso no nos hace felices. Estudios han mostrado que la gente sabe perfectamente cuales son las fuentes de una realización durable pero una alianza de intereses políticos y económicos nos distrae con el único objetivo de hacernos trabajar más para seguir gastando. La industria del divertimento no se ha fijado por objetivo despertar ni emancipar a sus clientes, éstos no se supone que deban preguntarse el porqué tienen que comprar el último modelo de televisión o la más moderna PlayStation, ni si es realmente agradable hacer cola detrás de muchísima gente en las cajas de los centros comerciales; sólo deben hacerlo y pagar. Y lo hacen y pagan. Aparentemente la tranquilidad, el retorno a la naturaleza o el tiempo para compartir, no hacen parte del programa de nuestras sociedades que nos imponen el círculo vicioso del consumismo: trabajar demasiado para poder gastar muchísimo en entretenimientos en lata y bajo etiquetas.

La mayoría de nosotros y de nosotras reconocemos que se imponen grandes cambios en los modos de vida sin embargo, seguimos esperando a que sea otro u otra quiénes den el primer paso. A principios de 1940, el gobierno británico pudo reducir considerablemente el consumo del país no gracias a la buena voluntad del pueblo sino a una gran campaña publicitaria combinada a un sistema de racionamiento y de impuestos a los productos de lujo. Eso es algo que se debería hacer ahora pero ningún partido político quiere decirlo. (1)

Ha sido una gran alegría saber que en todo el mundo ya existen personas cansadas del estrés cotidiano y de las compras. En los EEUU son llamadas down-shifters o downsizers : desaceleradores o adeptos al decrecimiento económico. Son personas que han decidido cambiar el dinero por tiempo. Puede sonar idílico pero es más saludable hacer cosas que nos placen que dedicar todo nuestro tiempo a ganar frenéticamente dinero para luego gastarlo del mismo modo frenético. Los desaceleradores cuestionan todo lo construido alrededor del sueño americano. Viven en las grandes ciudades o en los campos, atraviesan generaciones y hacen parte de muchas profesiones; hablan de libertad, de redescubrimiento de los gozos sencillos, de bienestar, de armonía. Saben que menos puede ser más. Aspiran llevar una vida que tenga sentido. Liberados del yugo de la rutina capitalista trabajan menos y gastan menos y lo hacen de forma más constructiva. Los adeptos a la sencillez voluntaria (3) forman una fuerza social poderosa pero muy poco conocida. Lejos de ser la renuncia al materialismo, una visión romántica de la pobreza o incluso, una privación autoinfligida, la filosofía de la sencillez voluntaria consiste en vivir según sus medios y sus valores; consumir productos no industrializados, contar con un solo automóvil en la familia, ir a la escuela o al trabajo a pie o en bicicleta, no renovar constantemente la vestimenta o la decoración de la casa. Tener un comportamiento respetuoso del medio ambiente no es ni difícil ni molesto y además se convierte en una base sólida que determina el resto. Este es un gran cuestionamiento a la idea largamente compartida de que más es mejor que solo suficiente.

Que el rechazo al consumo puede llegar a derrumbar la economía de un país demuestra hasta qué punto las fuerzas del mercado controlan las naciones. Deberían ser los ciudadanos quiénes dirigen sus vidas y se trazan prioridades. Es correcto pensar que para un trabajo vale más elegir a quién tenga por único objetivo ese trabajo, pero no es menos cierto que aquellas personas que trabajan menos horas a la semana pueden concentrarse mejor pues tienen tiempo para recuperarse. No tener perspectivas profesionales o carrieristas no significa no tener ambiciones porque éstas pueden estar centradas en cosas fundamentales y de influencia trascendental para la humanidad y el planeta.


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(1) Courrier International N°896, del 2 al 9 de enero de 2008, Europa.
(2) Dicha democratización se logra a través de una producción excesiva y se basa en: el vaciamiento de los mares por la pesca a gran escala, el trato insalubre de animales de consumo; las pésimas condiciones de trabajo para la mano de obra barata que se consigue implantando fábricas en países en desarrollo, etc. Todo eso permite ofrecer precios accesibles a las clases medias. A eso le llama en Europa democratizar un servicio o un producto.
(3) Expresión creada por Duane Elgin en 1981 para definir las acciones que hacen quiénes quieren vivir mejor con menos, consumir de manera responsable y hacer un examen de sus vidas para determinar aquello que es importante y aquello que no lo es.