domingo, octubre 30

Semana del Cine Ecuatoriano en París


Prometeo Deportado, la película de Fernando Mieles, es una obra de bella poesía, una verdadera obra de arte. Completísima, porque al interior de esta muestra de séptimo arte, aparecen matices de todos los otros. El hilo conductor de la película es el mito del dios griego Prometeo que va siendo oportunamente narrado en la voz del actor principal: Carlos Gallegos. Su personaje le da muchísima fuerza a la película: una mezcla exquisita de ingenuidad e ingenio, de profundidad e inocencia. La actuación de Carlos Gallegos es impecable, incluso tratándose de su primer rol dentro del género cinematográfico, porque él es en principio, y ha sido durante ya muchos años, actor de teatro.
En esta película, he sentido mucho del realismo mágico de García Márquez porque está ilustrada de colores alegres, de composiciones ingeniosas, sorprendentes. Prometeo deportado no es la caricatura de la realidad ecuatoriana como podría ser interpretada por públicos sensibles, sino una pintura surrealista de realidades varias que se mezclan y se cruzan, que se interponen unas a otras para darse fuerza, para volver mágico eso que increíblemente puede ser tan cierto.
Para que una obra de arte pueda conquistar a un público muy amplio, tiene que volverse universal y esta película aunque tiene mucho del Ecuador, no me cabe duda en ningún momento, de que por eso mismo, tiene mucho de todo el mundo.
A quienes nunca hayan vivido al interior de otras culturas, les resultará difícil comprender esta paradoja: no hay nada tan igual, y tan distinto, que los seres humanos que habitamos el mundo. La tragicomedia ecuatoriana es la tragicomedia de cada país del planeta, aunque a primera vista parezca imposible. Cada personaje en la película, representa una ecuatoriana, un ecuatoriano, en búsqueda de identidad; se habla de un Ecuador nombrado como una línea imaginaria, como algo que no existe. Y ese sentimiento de profundo abandono, ese sentirse nada, ese sentimiento de ser parte de un país que no existe, eso es justamente lo que hace, o puede hacer de este filme, una obra universal. La identidad nacional es un tema muy frecuente en Europa y no se diga en la misma Francia dónde vivo hace ya más de una década y en dónde tuve el placer de ver Prometeo deportado durante La Primera Semana del Cine Ecuatoriano en París en El Instituto Cervantes. Desarrollar esta idea que he plasmado en este largo párrafo me tomaría muchas páginas, por lo que prefiero dejarlo como un abrebocas de los estudios que llevo haciendo en antropología desde que me instalé aquí, pero eso es historia para otro artículo. Lo que aquí me interesa es aportar al arte del Ecuador, y en este caso, al filme de Fernando Mieles que de entrada felicito.
Si bien es cierto que me ha gustado esta obra de muchísimo talento, creo necesario hablar de aquello que le quita, en ciertos momentos, fuerza a la película.
Hay una cierta incoherencia en el rol que juegan algunos de los personajes en el transcurrir de la obra, por ejemplo el rol del deportista y del hombre de lentes que, sin razón aparente, y sin aportarle nada al filme, de pronto se vuelven los “malos de la película”. La muerte del escritor, personificado por Peky Andino, tampoco aporta a la obra. Al contrario, es una salida violenta a una cierta realidad cruda: una salida brutal de la magia y la fantasía, a la vulgar tragedia. Cuando el personaje de la modelo llora junto al escritor muerto, sucede lo mismo: el espectador, la espectadora, se sienten brutalmente fuera de la magia y de la poesía. Ambos momentos le quitan fuerza y coherencia a la narrativa. Cabe recalcar que he discutido con otras personas, algunas francesas, otras ecuatorianas, al salir de la función, y el análisis ha sido el mismo.
Creo que para evitar este tipo de errores, antes de terminar la producción de un filme, se debería hacer un trabajo más profundo de autocrítica. Sólo saliendo de su propio yo, el ser humano puede corregir sus errores, ver aquello que verdaderamente aporta a la obra y aquello que quizá no tiene lugar en medio de la pieza que estamos montando, ni dentro del mensaje que queremos hacer llegar al público.