jueves, octubre 22

Volver de Pedro Almodóvar

Es cierto que la “Mala Educación” no me tocó profundamente. No era una mala película pero no superaba las sensaciones que “Hable con Ella” me había despertado. Volver, ha vuelto a despertarlas, a cuestionarlas, a conmoverlas. ¡Qué genialidad! Sin duda un gran cineasta pero sobretodo un humano profundamente humano. Completísimo. Eso es lo que más me gusta de los personajes que fabrica Pedro: no son seres sumidos a las normas sociales que les pretende buenos o malos. No. Almodovar me regala seres humanos completos, complejísimos.

Agustina, por ejemplo: mujer simple, de puebo —y sin embargo—, ni es hipócrita, ni reprimida; es una mujer sola, nada más eso... pero muchímo también.

Todas esas mujeres tienen fuerza: sus vidas son dramáticas, cada una atravieza o ha atravezado cosas muy fuertes: “Fui criado por mujeres... crecí escuchando a esas mujeres contar historias extraordinarias. Mis personajes están profundametne ancrados en la realidad incluso si pertenecen a la ficción”, dice Pedro.

Pedro dice que ha querido tratar la muerte, entonces viene a mi mente la imagen tenaz de aquél ataúd adornado con flores y seguido por una multitud de mujeres “envejecidas”, vestidas de negro, a quiénes siguen los hombres de cabellos blancos también de luto.

¿Cómo decirlo? ¡Qué película ha logrado Almodóvar!

Y cito:


“...leí el guión en un suspiro. El hiperrealismo de las primeras escenas te coloca en una situación de enorme tensión emocional. A la pintura hiperrealista se le ha dado este nombre porque no sabían en qué se diferenciaba exactamente de la realista. En este país hemos confundido desde siempre el realismo con el costumbrismo. La pintura flamenca es hiperrealista porque es fantástica, porque nos coloca en una dimensión de la realidad que nos permite extrañarnos de las situaciones más cotidianas. Una vez que Pedro nos ha colocado en esa situación del principio, que se resuelve con la aparición del fantasma en el maletero del coche, puede hacer lo que quiera con el espectador. Y lo hace. “Volver” es un juego de manos narrativo permanente, un artefacto prodigioso. Y nunca sabes dónde está el truco.

No hay en este guión frontera que Pedro no se haya atrevido a traspasar. Se mueve en la línea que separa la vida de la muerte como un funambulista en un alambre. Mezcla materiales narrativos de procedencias aparentemente incompatibles con una naturalidad pasmosa. Y cuantos más materiales añade, mayor es la lógica interna del relato...

No podía evitar, mientras leía “Volver”, evocar la lectura de Pedro Páramo. No tiene nada que ver la novela de Rulfo con el guión de Pedro, excepto en la naturalidad con la que ambos logran que convivan los muertos con los vivos; lo real con lo irreal; lo fantástico con lo cotidiano; lo imaginado con lo vivido; el sueño con la vigilia. Durante la lectura del guión, como durante la lectura de la novela de Rulfo, el lector tiene una sensación onírica permanente. Está despierto, desde luego, pero atrapado en un sueño, que es el relato que tiene entre manos. Lo curioso es que la novela de Rulfo es furiosamente mejicana del mismo modo que el guión de Pedro es furiosamente manchego...”


“Querido Pedro: El guión de tu nueva película me ha gustado mucho. Todo en él me resulta muy familiar, muy tuyo. Me recuerda al mundo de “Qué he hecho yo para merecer esto?!” Pero es menos barroco, hay en él una transparencia que nos sitúa de nuevo en ese mismo mundo, como no podría ser de otra manera, pero de una forma distinta, más poética, más sabia, más conmovedora. Es maravillosa esa mezcla de horror y de felicidad. Como si tus personajes supieran encontrar en medio del infierno, como quería Calvino, aquello que no es infierno, y se las arreglaran siempre para hacerlo durar en sus vidas. Esa mezcla tan tuya de candor y perversidad, que hace graciosas las cosas más tremendas y acierta a encontrar la belleza y la esperanza donde parece que no pueden existir, me parece una de las cosas más maravillosas de tu cine. Tu guión me ha recordado una historia que Tolstoi cuenta en algún lugar. Un pater visita uno de sus monasterios perdidos en las islas griegas y se encuentra con cuatro monjes. Descubre que no saben el Padre Nuestro y escandalizado se lo enseña. Luego se despide de ellos. Ya está lejos de la costa cuando ve algo que se desliza veloz hacia su barca. Se fija más y enseguida comprueba que son los monjes que acaba de visitar. ¡Y que vienen corriendo sobre el agua! Cuando le alcanzan le dicen que han olvidado la oración que acaba de enseñarles, y si se la puede repetir. Y el pater contesta conmovido que no tienen que recordarla, que ellos no la necesitan.

Así me parecen los personajes de tu película. Vienen a nosotros a pedirnos socorro, vulnerables y perdidos, pero lo hacen corriendo sobre las aguas. Ellos no se dan cuenta, pero es ese el extraño y maravilloso camino que siguen para llegar a nosotros. Y entonces, ¿qué podemos decirles? Que no importa lo que les pasa, lo que sufren, las cosas extrañas y terribles que les suceden, que nosotros no somos nadie para juzgarles. Aún más, que son ellos los que podrían juzgarnos a nosotros, aunque sabemos que no lo harán nunca, porque ellos no están obsesionados por la justicia sino por el amor. Y que lo mejor que pueden hacer es seguir siendo como son. Así veo este guión, como un cuento. En los cuentos hay cosas terribles: descuartizamientos, padres que quieren acostarse con sus hijas adolescentes, niños que son abandonados en el bosque, criaturas feroces que devoran carne humana... todo lo más extremo cabe en ellos, y sin embargo, al lado de ese horror, siempre aparece eso tan raro que llamamos inocencia. Es muy difícil de definir lo que es pero nada más fácil de identificar cuando aparece. Creo que el arte está para perseguir esa inocencia, que suele aparecer en los parajes más oscuros...”

NOTA: Este artículo fue escrito en el 2006 cuando la película Volver fue estrenada en Francia, pero no había pensado en publicarlo (en este blog) hasta ahora...