martes, agosto 14

Mente sana en cuerpo sano


De lo que acá quisiera hablarles tiene que ver con reconciliarnos con nosotro(a)s mismo(a)s, con aquello que nos hace existir y que hace parte de todas las personas.
Así como el sexo es, lamentablemente y —en ocasiones— inevitablemente, confundido con lo sucio y lo vulgar, el cuerpo suele ser restringido al mundo de lo superfluo y lo vano.
También yo crecí ligada al oscurantismo a través del cual el sexo era pecado, la sexualidad hacía más bien parte de un vicio y el cuidado del cuerpo resultaba superfluo porque era cosa de vanidad o tontería.


Con el tiempo y la experiencia aprendí a ver el sexo, la sexualidad y los cuerpos de otra manera. Entendí que para ser persona no sólo necesitaba un cerebro sino también un cuerpo. Hace poco leí un texto en el cual el autor manifestaba la durísima percepción de su propio cuerpo; aquel autor hablaba del cuerpo como una carga muy pesada que todas las personas debemos llevar.
Es triste que en el mundo la gente viva continuamente en el negro o en el blanco de las cosas. Aquéllos que valoran la inteligencia suelen catalogar el cuidado del cuerpo como algo negativo. Conforme ha transcurrido el tiempo, el cuidado del cuerpo ha sido relegado, cada vez más, al mundo de lo superficial.


El cuerpo hace parte de toda persona y esos mismos cuerpos hacen parte del conjunto de cosas que nos hacen seres humanos. No se trata de cultivar la figura porque eso nos mostrará hermosos a los ojos de la sociedad de consumo, se trata de querernos a nosotra(o)s misma(o)s, de aprender a respetarnos, respetando cada parte de nuestra humanidad, donde el cuerpo es tan importante como el cerebro.


Un ser humano que acaba de nacer aprende poco a poco todo aquello que es importante para su supervivencia: al mismo tiempo que desarrolla sus capacidades intelectuales, desarrolla sus capacidades físicas. Aprende a hablar tanto como aprende a caminar. Sin embargo —en un momento u en otro—, esos procesos que son tan naturales llegan a bloquearse cuando el tipo de educación recibida hace hincapié en lo físico, o en lo intelectual. Es ahí cuando el ser humano se fracciona. Y ese fraccionamiento tiene tristes consecuencias no solo para el individuo que las sufre sino para la sociedades y el Planeta.


Mucha gente cree que al llegar la edad adulta, las capacidades físicas disminuyen, que el deterioro del cuerpo es inevitable. Lo que estas personas ignoran es que no es el tiempo lo que destruye al organismo, sino que: es el maltrato que ha sufrido el organismo durante tantos años lo que hace que el cuerpo se deteriore. Muchos creen que la belleza está ligada a la juventud porque en esta época de la vida, el organismo es naturalmente ágil. Sin embargo, se está comprobando que muchos niños y muchos jóvenes en las sociedades actuales, que crecen sentados frente a sus pantallas de televisión y llenan sus cuerpos de alimentos saturados en grasas y azúcar, muestran poquísima agilidad y muchas veces son obesos, lo cual les da un aire de vejez aún tratándose de niños y niñas.


Un cuerpo que no se cultiva, que no se respeta, al cual no se le da suficiente tiempo de reposo, una alimentación equilibrada, y una actividad física cotidiana (no excesiva), se deteriora, enferma y envejece sin lugar a dudas.
No estoy tratando de rechazar la vejez. He visto gente de edad bien avanzada (más de setenta años) desenvolverse, quién sabe si hasta mejor que yo, en bicicleta. Nosotros nacemos con un capital humano, lo que viviremos en la vejez será el resultado de aquello que hagamos con nuestro capital en el transcurso de nuestras vidas.
Un cuerpo no es bello porque refleja las medidas ni las formas que nos vende el mercado, sino porque refleja salud. Muchas veces he visto cuerpos muy enfermos, llenos de modificaciones arbitrarias, maquillados, disfrazados, alterados, mostrándose hermosos para las campañas publicitarias, el acojo de un público o el entorno social.


Respetar su cuerpo hace parte del respeto que debemos tenernos a nosotra(o)s misma(o)s; ejercitar nuestros cuerpos cotidianamente nos permite recargar nuestras baterías internas. Los seres humanos somos productores de energía y necesitamos de nuestra propia producción energética para poder vivir con salud sin necesidad de prótesis mecánicas que hagan por nosotra(o)s todas las actividades. Comprendo que el uso de ascensores, escaleras eléctricas, entre otros artefactos, sean de mucha utilidad; lo que encuentro lamentable es que muchísimas personas que cuentan con todas sus capacidades físicas, prefieren echarlas a perder utilizando aquellos medios que deberían servir a quiénes de verdad necesitan ayuda motriz. ¿Cuánta gente ha dejado de caminar unos pocos minutos por tomar el bus, un taxi o su carro? Luego quieren compensar la falta de actividad física metiéndose en lugares cerrados llamados gimnasios, dónde falta el aire, los colores y las formas del paisaje natural.


Yo nací en una capital. Cuando me mudé al campo me hacía falta la bulla, la gente; seguía dependiendo mucho del carro. Poco a poco fui impregnándome del lugar en el cual habito ahora. Nunca más he podido soportar el ejercicio en un lugar cerrado. No hay otro momento en el cuál me sienta mejor conmigo misma que cuando salgo a trotar en el bosque. En aquél momento estoy segura de mi existencia en esta tierra; siento que hago parte del Planeta, que soy verdaderamente parte de la naturaleza.


Nunca me sentí mejor que ahora con mi propio cuerpo, porque ese cuerpo ahora me pertenece, es mío: siento que está vivo y que vive gracias a mí. A veces quisiera tener un grabador conectado a mi cerebro, no hay momento mejor para pensar que cuando mi cuerpo se siente vivo. Esta mañana al trotar estaba pensando en lo que quería escribir. Ojalá esto que he escrito motive a alguien a cuidar de su cuerpo, a respetarlo. Si más personas dejaran el autobús, el taxi, el carro y usaran sus cuerpos para desplazarse, el Planeta se vería menos contaminado.
El cuerpo es el hogar de nuestra existencia, el Planeta es el hogar de nuestros cuerpos. Hay que aprender a respetarse a sí mismo(a) primero para luego aprender a respetar el Planeta.