Cuando era niña, el futuro se soñaba lleno de tecnología moderna: los dibujos animados, los filmes, todo era imaginado lleno de máquinas capaces de cumplir todos los quehaceres. El futuro se imaginaba encerrado en cápsulas voladoras, dentro de edificaciones altas hasta llegar al cielo, en espacios cerrados. La naturaleza en todo este imaginario no tenía cabida, estaba desprovista de cualquier interés. Veinte años más tarde, todo había comenzado a volverse “realidad”. Las nuevas tecnologías se sobrepasaron rápidamente unas a otras. En nuestros días, la tecnología nos parece capaz de cualquier proeza. Esos sueños de otros tiempos quedaron marcados en el deseo de muchas generaciones. Para muchas de ellas, el progreso no es posible si no a través de un altísimo costo ecológico.
Pero, ¿qué es el progreso?
El progreso nos parece pertenecer únicamente a los países ricos, es por esta razón que todos los países en vías de desarrollo se apresuran para alcanzar el mismo nivel de “paraíso”: se llenan de aparatos y de máquinas de alta tecnología esperando verse en fin liberados de sus estatutos de países en subdesarrollo. Pero, nada qué hacer, los países ricos continúan siendo ricos y los países pobres continúan empobreciéndose cada vez más. ¿Cuál es el problema?
El sistema socialista me dirá que se necesita una mejor repartición de las riquezas para que todos los habitantes de la Tierra tengan las mismas condiciones de vida. Pero yo me digo que si la solución está en que todas las personas del mundo vivan de la misma manera en que vive la gente de los países “desarrollados”, necesitaremos más que un solo planeta Tierra para poder lograrlo…
Durante muchísimo tiempo creí que solo el socialismo podría cambiar el curso de los países pobres y de todas las personas empobrecidas del Planeta hasta el día en que me di cuenta de que el problema no estaba solamente ligado a la repartición de las riquezas sino y, sobretodo, a la concepción misma de riqueza.
En la ciudad donde yo vivo se está construyendo el más grande hipermercado de la región, las tiendas de automóviles compiten con frenesí para ver cuál de ellas llega a construir la mejor y más grande vitrina de exposición y de venta; se han echado a bajo las grandes y viejas casas históricas para amontonar en sus lugares, numerosos departamentos y casas de “ciudad” (a precios exorbitantes, cabe decir). En lugar de las dos antiguas escuelas maternales, se hizo construir una enorme y única escuela: “Antes, en las antiguas escuelas, llegábamos a conocernos (entre maestros y maestras)”, me habían dicho algunos educadores y educadoras: “Sabíamos quién era quién, podíamos hablarnos. Ahora que la escuela ha crecido tanto, a penas si llegamos a vernos de un extremo al otro de la ella…”
Es así como concibe el progreso la Alcaldía de la ciudad en donde vivo. Hace muchísimo tiempo, se creó aquí mismo, en un vasto espacio de bosque “un paraíso en la tierra”; era el lugar en dónde se podía evadir las complicaciones de la gran ciudad para cargarse de la magia de la naturaleza. El sitio está actualmente en ruinas incluso tratándose de un área protegida. La vida en mi ciudad se parece cada vez más a la vida de las grandes ciudades, la circulación es excesiva para la infraestructura pues el número de habitantes ha aumentado considerablemente en muy poco tiempo. La mayoría de gente que nos gobierna, creció concibiendo el progreso alejado de la naturaleza: hay que construir muchas vías rápidas para todos los automóviles que hay que fabricar y vender, hay que hacer enormes edificios, suprimir los arboles, los jardines y los bosques, ¡hay que llenarnos de tecnología moderna!
Quiénes viven en los países del Tercer Mundo tienen todavía mas dificultad, que quiénes viven en los países desarrollados, para comprender y para aceptar que nos hemos equivocado de «progreso», que hemos concebido la riqueza equivocadamente, que hay que rehacer todo de nuevo: se necesita inventar otro desarrollo, hay que investir en otras riquezas. Habrá que reflexionar profundamente en esto, pues cada vez que se «democratizan» las pretendidas riquezas, la devastación de los recursos primarios se vuelve fatal: los ríos y los océanos comienzan a carecer de pescado, bosques enteros están desapareciendo y con ellos el equilibrio de nuestro frágil ecosistema. Mucha gente continua negándose a aceptar que nuestra supervivencia está ligada a la conservación de la naturaleza, pero ese rechazo se hace cada vez menos sostenible frente a todos los testimonios de todos los horizontes del mundo en dónde nuestro impacto ecológico no consigue ya ser disimulado.
Después de todo, con todo ese desarrollo, con todas esas grandes infraestructuras, con todas esas tecnologías modernas, los países ricos no consiguen calmar la desesperación de sus pueblos: la gente se mata, se hace daño, son infelices… Estamos invadidos e invadidas de cosas inútiles que nos distraen durante muy poco tiempo, el tiempo en que las novedades bajen de precio y se vuelvan accesibles a nuestro presupuesto, es decir hasta que todo lo superfluo se “democratice”. Si en lugar de hacer construir una sola y grande escuela, el alcalde de mi ciudad hubiera hecho construir una tercera escuela de talla “humana”, hubiésemos podido esperar que la calidad de las relaciones humanas mejore, que los niños y niñas gocen de espacio suficiente, de tiempo y de calma para poder encontrarse, conocerse y aprender juntos unos con otras en armonía.
La verdadera riqueza está ligada a la naturaleza pero además, a la calidad y al uso que nosotros hacemos de ella, de las infraestructuras y de las nuevas tecnologías. De todas maneras, ¿quién podría vivir sin una gota de agua dulce? El agua dulce es una fuente perecible, ahora estamos seguros/as de ello. Nosotros y nosotras, hombres y mujeres de la Tierra, estamos ligados a ella como lo está un bebé al cordón umbilical de su madre. No podemos cortar ese cordón, no podemos separarnos de esta Tierra, al menos en vida; pero no podremos seguir así durante mucho tiempo si continuamos vaciándola de todo aquello que ella puede ofrecernos para vivir y desarrollarnos sanamente y en armonía con ella.